martes, 29 de septiembre de 2009

ETERNIDADES

Claro qué no sabemos qué hacemos aquí, si lo supieramos sería del todo espantoso. Quiero decir que llegaríamos a este mundo con una misión definida y delimitada y todo el azar se esfumaría de un plumazo, lo cual resulta, a menudo, extremadamente aburrido y tedioso. No obstante, esta pregunta tan tópica, típica y manoseada por los profanos y los grandes filósofos de todos los tiempos, siempre retumba en nuestra cabeza. A mí me afecta particularmente y he intentado, en numerosas ocasiones, darle cierta salida a través, cómo no, de libros, reflexiones y novelas, pero la mayoría de las veces llego a un punto inevitable, el cual es idéntico al anterior.

Alcanzar la eternidad de una u otra manera es una obsesión, desde antiguo, que afecta al ser humano. Todo se transforma en un fuerte oxímoron al descubrir que la eternidad es eterna en sí misma y el ser humano plenamente perecedero, trivial y fugaz. ¿Cómo conjugar, pues, dos naturalezas tan distintas? A mi entender, sólo existen dos maneras efectivas: el arte y la descendencia. Lo segundo es menos estético, pero casi igual de válido: demuestra que hemos pasado por aquí, con más pena que gloria. Es una manera de entender el mundo, una manera que puede chocar contra los que opinamos que lo único que importa en este mundo es la belleza y los mecanismos artísticos universales. Está bien tener niños, siempre y cuando, eso sí, no podamos moldear la Victoria de Samotracia. Y es que el arte es lo más eterno que existe, mucha más, incluso, que los retoños. Siempre podrán, las generaciones venideras, contemplar Las Meninas o leer a Cervantes; podrán pasear por el Partenón y sentir a los griegos o ver, por siempre jamás, El padrino, y siempre aquí significa eternidad. Claro, que para que eso suceda tiene que haber igualmente descendencia, así es que hemos de suponer que se trata de un ejercicio de retroalimentación por ambas partes, suponiendo, también, que la segunda parte esté capacitada para admirar lo eterno y, en consecuencia, el arte. Todo es complicado cuando de eternidades se trata y, sobre todo, cuando el mundo está como está y el arte no pinta nada en nuestra época. Habrá que seguir intentando darle una salida a tal pregunta, habrá que seguir intentando comprender el porqué y dejar a un lado tanto viaje espacial e internauta; pues como sucede a menudo, la respuesta debe de andar más cerca de lo que pensamos, seguramente, en el interior de algún museo olvidado de cualquier gran ciudad.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Tarantineando.

Supongo, pues es la primera vez que escribo en un blog, que cuando se introduce la primera entrada uno ha de redactar una bienvenida; sin embargo, no tengo intención de realizar tal hazaña. Será porque me considero un tipo anti-postmoderno y opino que los blogs son un absoluto despropósito. Lo que quiero decir con esto es que no sé exactamente cuánto beneficio se obtiene, beneficio global, al permitir tan democráticamente que cualquier persona se exprese en la red, a nivel mundial. Ninguno. No es nuevo, puede que exista mucha información; es cierto, pero los mecanismos de criba son absolutamente necios. Así es que lo que suponemos habría de ser un avance del conocimiento se torna retraso cuando la información nos sobrepasa. Antes existían modelos que uno tenía que seguir, ahora no existen, están muertos y todo vale; de ahí el feísmo de nuestro siglo.


No sé quién leerá estas líneas, ignoro si a alguien le interesan y no sé, en realidad, si para un misántropo como, que esto así sea, es motivo de dolor o placer. Sea como fuere, lo que escribiré en este huequito global, será básicamente lo que el cuerpo me pida. No soy experto en nada, por lo que las opiniones vertidas aquí justifican sobradamente el título del blog. Como nadie es perfecto, diré lo que me venga en gana y actuaré en consecuencia, llegada la ocasión. Poco más sobre mis intenciones. Avisar a los inexistentes futuros lectores, que soy un hombre poco constante, así pues, desconozco hasta qué punto puedo mantener el ritmo de estos, próximos e inexistentes también, escritos públicos. Divago en demasía y, ciertamente, puedo llegar a ser exasperante. Pero yo les quería hablar de Tarantino y sus bastardos.

Uno ve una película de Tarantino y se vuelve violento, es así. Sin embargo, quien piense que esa violencia es gratuita se equivoca completamente. Aquí veo yo la diferencia elemental entre una película de Tarantino y el resto de estupideces americanas de cartel, esto es, tiros, tiros, y más tiros. Tarantino para mi encarna la mitología americana. Ellos no tienen un Mio Cid al que alabar, carecen de Odisea, y nunca han conocido, ni por asomo, un himno como el Cantar de Roldán. Su mitología se nutre del rock and roll, de gángsters y de garitos de carretera donde puede pasar cualquier cosa, por ejemplo, que una pareja aparentemente tranquila atraque dicho establecimiento (recuérdese el inicio de la maravillosa Pulp Ficction). ¿Es eso América? Al menos, no en exclusiva. Del mismo modo que los españoles no somos la sombra de Rodrigo Díaz de Vivar, no todo yankie, guarda una escopeta en su armario, pero he de admitirlo, en la ficción, me encanta que se líen a tiros.

No voy a engañar a nadie, no he visto todas las películas de Tarantino, pero creo sí las suficientes para intuir que ésta es diferente. Y es distinta porque estamos hablando de la Segunda Guerra Mundial.

La película está construida a través de cinco capítulos, lo cual no es novedoso. Pero, claro, no me extrañó al leer la sinopsis que, en algún momento, estuviera concebida como una novela. Es una estructura novelesca, ya bastante arcaica, de hecho. ¿Se pueden innovar los mecanismos narrativos? Lo dudo mucho, ya innovó y mató Cervantes todo de un plumazo. Sin embargo, qué demonios importa eso. Nada. Pues hablamos de la Segunda Guerra Mundial vista por Tarantino, en donde Hitler es fusilado, y he aquí la magia.

Los judíos merecían un ajuste de cuentas de carácter violento y, de nuevo, la ficción y no la áspera realidad ha servido de soporte a la justicia. No puedo entrar ahora en el debate ético de la violencia, pero desde luego, todo lo que sucede en la película me parece plenamente justificado. Es más, creo que hay ciertas cuestiones que no pueden, ni podrán, ser solucionadas a través del diálogo y que han de ser solucionadas, ficcionalmente, de este modo. La historia es emocionante: un grupo de élite a las ordenes del genial Brad Pitt (Aldo Apache Raine), todos de origen judío, tienen una única misión: matar nazis. ¿Quién no quiere matar un a nazi? Tiren la primera piedra, serán juzgados por un tribunal. En un mundo donde todo está muerto la posición extrema es un modo de supervivencia y así lo demuestra Tarantino, dejando claro, como no podría ser de otro modo, de qué parte está. No voy a hablar del trabajo de los actores, pues no sé en qué se basan los críticos para dilucidar si un papel está bien representado o no. Sin embargo, me llamó mucho la atención un tipo, el cual era desconocido según El País, llamado Cristoph Waltz que interpreta al coronoel Hans Landa con mucho tino. Este señor es genial, versátil y, encima, habla cuatro idiomas durante la película de manera perfecta. Seguramente sea el personaje más tarantiniano de todo el metraje y es, francamente, brillante. Es un maniaco y nos encanta, me encanta.

Volviendo a la trama. Matar nazis sí, pero algo más. Una chica llamada Shosanna Dreyfus presencia el asesinato de su familia, asesinato que ordena el maniaco nazi anterior que les contaba. Después de algunos años, la chica regenta un cine. Un soldado alemán, interpretado por Daniel Brühl, héroe de guerra, es el protagonista de una película llamada El orgullo de la nación, la cual será proyectada en dicho cine. Naturalmente Shossana es prácticamente obligada a realizar tal cosa; sin embargo, sucede algo fantástico. En ese cine, humilde y desamparado, se proyectará una película nazi y además asistirán todos los altos cargos alemanes, incluido Hitler, claro. ¿Se muere de miedo Shosanna? No. Lo recuerdo perfectamente, dijo: voy a quemar el cine con todos los nazis dentro. Esto sólo puede hacerlo Tarantino. Y, efectivamente, así sucede y Hitler es fusilado, en el mismo cine. Todo muy explícito y sangriento, eso sí. No quiero seguir narrando lo que pasa en la película porque eso no es comentarla; pero sí me gustaría reflexionar sobre qué significa todo esto. Creo que es sencillo, es justicia. Se dice en la película "la venganza judía". Recuerdo que me impresionó escucharlo porque en ese mismo instante descubrí que era una clave fundamental. Que yo sepa, nadie en el cine lloró, nadie dijo: "pobres nazis", al contrario, las caras de satisfacción eran abundantes. La sensación es parecida a aquella de Dogville, de Lars Von Trier, cuando todo ese maldito pueblo es, literalmente, asesinado. El espectador no siente pena, otro tanto para Tarantino. Podríamos hablar de más: del cine dentro del cine, de la mezcla entre personajes reales y ficcionados, de los chistes perfectamente diseñados o de cómo la ficción es capaz de cambiar la Historia y matar Hitler (disculpen, pero el asesinato de Hitler me parece un triunfo exquisito). Sin embargo, no escribiré más sobre el tema. No soy crítico de cine y puede que esté diciendo una sarta de estupideces. Para mi, es una grandísima película, donde la ficción imparte justicia de manera políticamente incorrecta tal vez, pero Tarantineando