lunes, 28 de diciembre de 2009

HOSPITALET IS NOT BARCELONA



Mi amigo Berni, que se declara independentista catalán, es un tipo muy culto y agradable; con el que da gusto hablar y, desde luego, debatir. Es extremadamente leído y, además, creo (si el gin-tonic, que a menudo tomo cuando ando por Barna, no crea distorisión) inteligente. Desde el momento en que nos conocimos surgió química, y desde entonces siempre encontramos un rato para charlar, cuando cada cual pasa unos días en la ciudad contraria. Yo no soy indepentista; pero entiendo y comprendo a la perfección la postura de los que lo son, aunque, naturalmente, no la comparta. A pesar de todo, Berni y yo tenemos demasiados puntos de vista (políticos) comunes como para que el debate sea excesivamente intenso. Discutimos más sobre lenguaje que sobre política, además, ambos reconocemos la bandera republicana como nuestra y no otra, quizá Berni la catalana; porque él es muy catalán, aunque su madre sea cordobesa.

En realidad (y espero que Berni jamás lea esto), creo que a él la independencia le da un poco lo mismo. Opino que cuando habla de la independencia de cataluña (tema, por cierto, que se tendría que tener en cuenta y no tomarlo como una broma: estamos hablando de gente que siente legítima esa separación y que lleva luchando y relfexionando por y sobre ella desde hace muchos años, sin poner una bomba) de lo que realmente habla Berni es de una posición vital frente al mundo. Es un tipo listo, sabe que no van a conseguir la indepencia, que es prácticamente imposible; pero él habla de otra cosa. Esto lo descubrí en la víspera de San Esteban, antes de volver a mi querido Madrid. Tomábamos un wiski (por cierto, el catalán me invitó, que no se diga) y la conversación derivó hacia el pesimismo (punto común, de nuevo). Yo hablaba, como casi siempre, de la esencia malvada de los hombres y Berni dijo algo muy interesante: el problema es la comprensión. Tuve la sensación de que si a él lo comprendieran, si se hicera un esfuerzo por entender, por aprehender, Berni dejaría de ser independentista o, por lo menos, estaría satisfecho; porque ni es un idiota ni está loco ni debe ser tomado a menos por no sentir España como una realidad. Eso le duele.

Como Berni hay muchos y muchas en Cataluña. Por norma, son gente muy respetuosa y talentosa para la conversación y, por supuesto, nada aburridos. Por eso no comprendo por qué, cuando alguien va a Barcelona, en varias ocasiones, me comenta que ha tenido problemas en la ciudad: le han hablado en catalán o le han tirado mal una caña, lo mismo da. Siempre me sorprendo: lo normal es que se hable catalán en Cataluña, digo yo. La gente miente. Seguramente, pasó un día estupendo visitando la ciudad y, algún idiota y mal educado, no se dignó a hablar castellano, irritando al turista. Éste, que también es tonto, generaliza, y asume que todos los catalanes son así. Pues no. Y hablo por mí: nunca jamás he tenido problema con el idioma en Barcelona; siempre me han tratado con respeto y han cambiado al castellano cuando estoy sentado a la mesa (siete personas cambian por mí y sólo por mí). Claro, un servidor, sin ánimo de presumir, entiende bastante el idioma (tampoco hay que ser un genio; es romance) e invita a los comensales a hablar la lengua que gusten; si no entiendo algo, lo pregunto. Berni y yo tenemos una forma divertida de comunicarnos; él me habla en catalán y yo en castellano; no hay ,les aseguro, drama alguno.

Otro mito absurdo es pensar que los catalanes son genta aburrida. Hay catalanes aburridos, como hay madrileños coñazo e, incluso, aunque parezca increible, andaluces absurdos y tediosos. Los catalanes no son aburridos, lo que es aburrido (entre comillas) es Barcelona y ,en todo caso, deberíamos definir aburrimiento. No sé muy bien por qué, la ciudad es fantástica. Sin embargo, en mi opinión, Barna ha proyectado una imagen hacia el exterior de modernidad, coolismo, y modernez que, además de no ser correspondida ya con la realidad, es falsa. Parece que los catalanes no saben divertirse y yo, a más de uno, lo he visto bailar sevillanas y tocar las palmas mejor que un gaditano. En invierno, Barcelona cierra: no hay ni un sitio donde ir y si vas, claro, Barcelona es aburrida. Lo que pasa es que ningún turista tiene el despiste de pasarse por Hospitalet y alucinar en colores. Yo, de Madrid, me sentí en Vallecas. Tranquilo, cómodo y, oigan, ahí había juerga, mucha juerga. Esta gente es peculiar porque tienen una cierta esquizofrenia muy divertida. En Hospitalet, concocí a un independentista que era del Real Madrid: “Hala Madrid y visca Cataluña”, decía. También se se sentó a la mesa, un señor de unos 60 años, que estaba borracho. Lo primero que me llamó la antención es que llevaba un libro de Siruela, lo segundo es que: ¿no era demasiado mayor para ir tan borracho? Se levantó, porque se enteró que yo era de Madrid, y todo el tiempo restante que estuvimos en el bar, estuvo disculpándose por haber estado parlando catalán. Sí, es una locura, porque al tiempo decía que era un independentista medular. Más tarde Berta, filóloga catalana, me declaró, después de metenos caña (yo, filólogo hispánico, imagínense), que era una admiradora de Don Quijote. Eso sí, intentó colarme a Tirante el Blanco y hacerla pasar por semejante a la obra de Cervantes, pero terminó asumiendo el fracaso de su osadía. Es decir, que aquí, caballeros, nada sucede ni nada malvado se trama. La gente es gente, y si son medianamente inteligentes y respetuosos, incluso, con un poco de mala leche (para jugar un poco), todo se vuelve sencillo y enriquecedor.

Claro que las cosas no funcionan solas. Si un madrileño va a Barcelona insultando a los independentistas, lo acompaña con feos gestos y reacciones centristas, se lo comerán, del mismo modo, que si un catalán llega a Madrid y se cierra en banda con su independentismo a la espalda, lo mandarán a la mierda. Es un esfuerzo común y tomarse las cosas medio en broma, dialogar y comprender al otro, lo cual es bastante fácil, porque a todos nos priva el cocido y el pan con tomate. O como dice mi amigo Berni, sólo se trata de comprensión, tomar una cerveza y saber que (tal y como me dijo hace tres días) Hospitalet is not Barcelona.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

RESUMEN DEL ARTE CONTEMPORÁNEO




El vuelo del ave



















300.000 euros.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Los lugares felices



Los dos abuelos que me quedan son unos seres humanos entrañables. Me gusta estar con ellos. Quiero decir que ahora soy mucho más consciente de que la muerte espera en cualquier esquina y que, dentro de más bien poco, dejaré de verlos. Así es que intento disfrutar de su compañía lo máximo posible y, desde luego, de su conversación, si bien repetitiva y nostálgica, también amena y divertida. Normalmente, los temas estrella son la Guerra Civil (Franco incluido), la degeneración de los jóvenes y las infancias de sus nietos. Mi abuelo lo es menos, pero la yaya es una forofa de sus nietos. Es alucinante.

En la cena hoy tocó hablar de Zamora y sus veranos. Mi infancia vacacional transcurre, como imagino casi todas las infancias de verano, fuera de Madrid (este último animal mitológico llegaría después); dividida entre dos pueblos: Calafell (Tarragona) y Limianos (Zamora). Aunque, ciertamente, no siento devoción por el pasado, sí es cierto que recuerdo aquellos paisajes con cierta nostalgia: me veo rubio, gordito y, qué coño, más feliz.

La casa zamorana de mis abuelos se encuentra en lo alto de una ladera de montaña. Es la última casa del pueblo (más bien aldea) y, detrás de ella, se expande la inmensidad del monte. No hay civilización, sólo bosque. Nos contaban de chicos que no podíamos salir de noche porque los lobos bajaban al pueblo a comer gallinas y vacas; nosotros, que aquel día de verano fuimos piratas, superhéroes o pilotos de avión nada podríamos hacer sino creerlos y quedarnos en la casa. Eso sí, en la parte de arriba, Nacho, Alberto y servidor meábamos en un orinal  color azul celeste (el baño estaba en la era, fuera de la casa) y esperábamos a que dieran las siete para escuchar el sonido de los cencerros, señal unívoca: Jesús, nuestro amigo pastor, subía al monte a dar de comer a su ganado. Las mirábamos (a las vacas) extasiados a través de la ventana de metal de nuestra habitación. Era la hostia. Lo recuerdo como uno de los momentos más impresionantes del día (un momento verdaderamente feliz). Creo, incluso, que algún día (tal vez cuando fuimos grandes) bajamos a darles azotes con una vara (sacada de la rama de un árbol) en el culo.

Había chicas. Eso también lo recuerdo. Pero, pobres de nosotros, éramos los más pequeños del pueblo y jamás hubo posibilidad con ninguna. Roberto y Jesús, que eran los mayores y aventajados, se las llevaban de calle. Por lo tanto, mis primos y yo teníamos que conformarnos con un tirón de mofletes o, si la suerte nos miraba, una sentada en las rodillas de la nieta de Casilda (rubia, la recuerdo rubia y bonita). Cristina, la hermana de Germán, nos volvía locos; pero nada había que hacer. Estaba enrollada con Roberto, nuestro vecino de enfrente, el cual, para mantenernos contentos, nos fabricaba unas especies de pegatinas con dibujos de superhéroes..., aún puedo olerlas.

Había un árbol. Había un árbol con una polea que Jesús fabricó y una trampa en el suelo (un agujero cubierto de paja, maldita la gracia), que tenía como finalidad, aunque ya la imaginan, que toda persona ajena a la caseta se cayese. Un día (de verano, claro) Jesús apareció con una señal luminosa que había robado de la carretera. La pusimos sobre el árbol y por la noche lucía, amarilla, señalando nuestra propiedad.

Luz Divina se llamaba una mujer misteriosa que habitaba en la casa de al lado de Germán y Cristina, y en frente de la de Jesús (el pueblo ha de tener diez casas). Daba auténtico miedo. Hoy me recuerda a un personaje dibujado por Poe. Nos metíamos con ella y con sus atuendos, nos colábamos en su casa y huíamos, en realidad, muertos de terror. Luz Divina. Decía que los comunistas tenían cuernos..., son los restos de una Guerra Civil en una colina de un pueblo perdido de Zamora…

Al final de la cuesta, abajo del todo, justo en el lugar opuesto a la casa de mis abuelos, se hallaba una poza. Era verde, tenía musgo, fango y ranas. Siempre nos acojonaba la idea de caernos dentro, pero nunca nos pasó. Era un punto de referencia para quedar, la poza. Una vez me di un golpe con la bici y me estrellé contra la luna trasera de un coche que estaba aparcado alrededor de ésta. Ahí vi la intensidad de su color verde mugriento, el croar de las ranas demoníacas y el color negro de las babosas que habitaban en sus márgenes. Babosas que, en más de una ocasión, se nos pegaron al cuerpo como lapas y aprendimos a desprender quemándolas el costado. Cosas del campo.

Hay mucho más, pero escribo casi de manera automática y mi abuela Carmen hizo un alto en el camino (en la conversación) para explicarme que Cristina, la niña que a todos nos volvía locos, ya no es tan niña y que Jesús anda con muletas debido a un accidente de moto. Luz Divina murió y resulta que no estaba loca; si no que era discapacitada. La nieta de Casilda, tengo entendido, ha engordado demasiado y de Germán y Roberto, no se sabe nada, o se sabe muy poco. Mis abuelos van casi todos los veranos. Cristina les dijo que le haría mucha ilusión vernos de nuevo y celebrar una fiesta o tomar una copa (ya no quiere jugar al cinquillo en su cochera, en aquella mesa carcomida por la humedad y las termitas), contarnos qué tal nos va la vida. Por su puesto, he dicho que de ninguna de las maneras. No soy partidario de volver a los lugares felices; pues la vuelta a éstos significa la destrucción absoluta del recuerdo. Volver a ver a mis compañeros de la infancia puede ser doloroso, frustrante y, desde luego, extraño. No he sido nunca tan feliz como junto a ellos. Pero ahora. Ahora cada cual tiene su vida y la gestiona como puede, cree, o debe. Son reuniones de esas en las que se termina hablando de trabajo (del de cada cual) y volviendo pronto a casa. Volver por la misma cuesta por la que tantas veces se ha bajado riendo en monopatín con dos gin-tonics de más es la viva imagen de la tristeza y el desaliento. No se vuelve a los lugares donde se ha sido feliz. Nunca.

Le dije a mi abuela que no contara más, que no quería saber nada del asunto. Yo prefiero pensar que Luz Divina era la loca del pueblo, que nos perseguía para atizarnos con un bastón porque le hacíamos de rabiar. Que era una situación poética. Quiero seguir pensando que de tanto andar entre ellas sigo siendo inmune a las ortigas (no quiero volver, meter la mano, y que el brazo se me hinche), que la poza tiene ranas misteriosas y no sapos asquerosos. Que Cristina sigue con Roberto (se separaron) y que la nieta de Casilda nos sigue estrechando contra sus pechos adolescentes sin ninguna connotación sexual, sólo pureza. Que Jesús es aquel chico de pueblo, pastor, que nos llevaba al monte a cuidar de su ganado, que nos enseñaba cómo dormir a los polluelos y  esquivar a los gallos. Quiero seguir pensando en Germán y ver un chaval moreno y flacucho con el que compartía las tardes descojonándome de los lagartos de la serie de televisión V. Quiero seguir pensando, que aquella aldea, no es un pueblo más de la infancia de un niño rubio, gordito y torpe. Quiero que siga siendo un lugar feliz, por eso, y no por nada más, renuncio y renunciaré al regreso.

La clave

Cuando Dupin tomó el tren en Recoletos, pensó en su estancia en la biblioteca.

Casi había resuelto el misterio; sin embargo, el tiempo escaseaba. Debía llegar a la plaza en sólo una hora y la hazaña era del todo improbable. Recriminaba su método; pues tardó demasiado en dar con el supuesto asesino. Al pasar Atocha, cayó en la cuenta de que olvidó sus anteojos. Por fin, al llegar a Alcalá y contemplar la estatua, lo comprendió todo: la pequeña moneda incrustada bajo el tobillo de Cervantes reveló la clave final: el asesino había vuelto a matar.


viernes, 16 de octubre de 2009

El PESO INEVITABLE: SABINA Y TIRAMISÚ DE LIMÓN.

Uno adora a Sabina desde siempre. Mi infancia no hubiera sido la misma sin sus canciones. Tal devoción queda atribuida a mi padre, que ponía en la radio de un ford orion en los 90, mientras viajábamos a Barcelona casi todos los veranos, cintas y más cintas del escritor: el viaje, largo, se hacía más ameno.

Sabina es un referente para todo aquél que quiera hacer música en este inhóspito valle llamado España. Ningún escritor de canciones que se precie puede, a mi entender, desconocer, la discrografía básica del contante. La prueba fundamental es la siguiente: cualquier autor o banda moderna del panorama musical de hoy día (panorama musical espantoso, por cierto) se arranca un brazo por alcanzar la posibilidad de grabar un tema con Joaquín. Él puso banda sonora a nuestra vida y, seguramente sólo él y nadie más, sigue siendo un creador en el sentido más amplio de la palabra, pues sus contemporáneos, esto es, Ana Belén, Victor Manuel e, incluso, me duele decirlo, Serrat, se quedaron en la cuneta, hace muchos años. La excepción, sin duda, queda marcada en Miguel Ríos, que a sus sesenta, sigue dando candela, apreciando la música: nos hemos cansado de Mediterráneo y La Puerta de Alcalá. Sabina sigue haciendo temas, y eso es lo único que cuenta.

Ahora bien, Sabina tocó techo con 19 días y 500 noches. Es su mejor disco, es insuperable. ¿Plantea esto un problema? Pienso que ninguno, y creo también, que él lo sabe. Cuando yo me compré este disco, creo recordar, estaba en Canarias y lo escuché fervientemente en el hotel. Me lo bebí de un trago, es absolutamente perfecto: letras, música y producción; punto para Alejo. Éste es un disco tan redondo, tan maravilloso, que su perfección nublará, por siempre jamás, a sus posteriores. Por esa época leí una entrevista de Joaquín, cito de memoria, pero dijo algo que resulta extremadamente revelador: "Ya no puedo escribir mejor, estás líneas son las mejores que he escrito", y es cierto.

En noviembre estrena disquito nuevo, se llamará Vinagre y rosas, y el primer sencillo en la palestra es Tiramisú de limón, compartida con los Pereza (banda estupenda, que servidor, al princio, detestaba). La canción está bien, en mi opinión la letra es bastante floja, como hecha de un tirón y secillota. Nada que ver con Una canción para Magdalena, Y sin embargo, o Nos sobran los motivos. Es un tema que comienza con una lentitud empalagosa y que Pereza termina de poner en su sitio, un intermedio que recuerda a Loquillo y un final, algo extraño. Eso sí, como en todas las canciones de Joaquín, podemos encontrar una frase deliciosa : "esta noche estrena libertad un preso", pues las metáforas tipo tiramisú de limón, helado de aguardiente, tanquita de serpiente, son lo mismo de siempre y, aunque son suyas, made in Sabina, a mí me cansan, decepcionan por un lado, y por otro, me fascinan, porque eso espero de Sabina y nada más: puritana de salón.

No he escuchado el disco, pero imagino que irá por la misma línea. Deseo que llegue el día en que podamos comprarlo y corregir este escrito, que es reproche y adulación al mismo tiempo. Sé que el disco gustará, venderá muchísimas copias y, con suerte, a los niñatos de flequillo y pantalón caído amantes de pereza (y sólo de pereza, nada de rock aparte, de clásicos) comenzará a gustarles Sabina.

Espero que sea un buen disco, espero que destruya el peso inevitable de 19 días y 500 noches.

Pero esto, nunca sucerá.

viernes, 2 de octubre de 2009

LA LOCURA TRANSITORIA Y MADELEINE



 Hace algunos días leí una noticia en el periódico que a mí se me antojó poética, pero que al diario en cuestión le pareció detestable. Se trata de Madeleine Martin, de 39 años, profesora de no sé qué en el Reino Unido. Esta señora ha sido condenada a prisión por mantener relaciones sexuales con un menor de 15 años, alumno suyo. Y yo no comprendo nada. Mi pregunta será ingenua: ¿por qué? Cuando revisaba la noticia, caña en mano y cigarrillo candente, me asaltaban varias cuestiones, las cuales ninguno de mis amigos ha sabido contestar con exactitud. Existen varias, aunque la fundamental es si a ese alumno quinceañero Madeleine le puso una pistola en la cabeza para acceder al acto, a los actos, pues parece ser, según cuentan los diarios sensacionalistas ingleses, que hubo varios. Yo supongo que no. Naturalmente, la justicia se amapara en lo legal y no en lo justo, lo que es crispante. Pero, tal vez, cabría pensar que aquel alumno, al que llamaremos Peter, lo hizo de motu proprio. Si esto así fuera, y seguro estoy de que así fue, no comprendo, pues, la condena de esta señora que ha tenido que alegar, recuerdo la noticia de memoria, locura transitoria. Analicemos a los niños y niñas de quice años de hoy día, ¿ya lo han pensado? Efectivamente, no hay delito ninguno. Yo recuerdo mis quince años: era imposible echar un polvo. Hoy las niñas de trece compran preservativos sin problema alguno y practican sexo, hacen botellón y fuman kanutos. Lo veo todo los días en mi barrio. No sé por qué sorprende (si es que alguien siente sorpresa por esto) una relación sexual entre alumno-profesor y, lo peor de todo, por qué esta señora tiene que ir a la cárcel. Tal vez sea, según leí, por manipular mediante su experiencia a un inocente crío que no sabe nada de la vida. Lo dudo. Quizá Peter es un maromo de dos metros con un pene desorbitado, juega en el equipo de baloncesto y se ha tirado a media plantilla de animadoras.No es justo. Quizá la profesora se había enamorado de su alumno, quizá el alumno se enamoró de su profesora, pero, claro, eso lo mismo da, pues no es lo legal. Eso sí, ahora, si el macarra del barrio, menor de edad, deja preñada a la Carol, no pasa absolutamente, alegaremos estupidez transitoria. Además, pueden, si tienen 16, comprar la pastilla del día después en la farmacia y fin del problema (lo cual, por otra parte, apoyo, pero demuestra la profunda incogruencia que representa la ley y el sistema de valores occidental). Madeleine sólo dio rienda suelta a sus bajas pasiones y se dejó llevar, por sexo, por amor o por literatura, vaya usted a saber. Peter algo tendrá que decir, digo yo. Aunque no le dejarán hablar, es un menor de edad y eso le exime de todo, parece ser. Es lo de siempre: no fumes, pero hay tabaco; no corra usted con el coche caballero; pero vendemos motores potentísimos; no a la guerra; sin embargo, sacaremos un buen pico si vendemos un puñadito de ametralladoras. Usa condón, pero eso sí, dentro de lo supuestamente legal, no sea que te enamores y termines en la trena. Es horrible y decadente, pero es lo legal. Por mi parte, Madeleine Martin, queda usted absuelta de todos sus pecados y, Peter, gracias por hacer realidad la fantasía erótica de los quinceañeros. Prometo escribiros, algún día, una canción. Buena suerte.

martes, 29 de septiembre de 2009

ETERNIDADES

Claro qué no sabemos qué hacemos aquí, si lo supieramos sería del todo espantoso. Quiero decir que llegaríamos a este mundo con una misión definida y delimitada y todo el azar se esfumaría de un plumazo, lo cual resulta, a menudo, extremadamente aburrido y tedioso. No obstante, esta pregunta tan tópica, típica y manoseada por los profanos y los grandes filósofos de todos los tiempos, siempre retumba en nuestra cabeza. A mí me afecta particularmente y he intentado, en numerosas ocasiones, darle cierta salida a través, cómo no, de libros, reflexiones y novelas, pero la mayoría de las veces llego a un punto inevitable, el cual es idéntico al anterior.

Alcanzar la eternidad de una u otra manera es una obsesión, desde antiguo, que afecta al ser humano. Todo se transforma en un fuerte oxímoron al descubrir que la eternidad es eterna en sí misma y el ser humano plenamente perecedero, trivial y fugaz. ¿Cómo conjugar, pues, dos naturalezas tan distintas? A mi entender, sólo existen dos maneras efectivas: el arte y la descendencia. Lo segundo es menos estético, pero casi igual de válido: demuestra que hemos pasado por aquí, con más pena que gloria. Es una manera de entender el mundo, una manera que puede chocar contra los que opinamos que lo único que importa en este mundo es la belleza y los mecanismos artísticos universales. Está bien tener niños, siempre y cuando, eso sí, no podamos moldear la Victoria de Samotracia. Y es que el arte es lo más eterno que existe, mucha más, incluso, que los retoños. Siempre podrán, las generaciones venideras, contemplar Las Meninas o leer a Cervantes; podrán pasear por el Partenón y sentir a los griegos o ver, por siempre jamás, El padrino, y siempre aquí significa eternidad. Claro, que para que eso suceda tiene que haber igualmente descendencia, así es que hemos de suponer que se trata de un ejercicio de retroalimentación por ambas partes, suponiendo, también, que la segunda parte esté capacitada para admirar lo eterno y, en consecuencia, el arte. Todo es complicado cuando de eternidades se trata y, sobre todo, cuando el mundo está como está y el arte no pinta nada en nuestra época. Habrá que seguir intentando darle una salida a tal pregunta, habrá que seguir intentando comprender el porqué y dejar a un lado tanto viaje espacial e internauta; pues como sucede a menudo, la respuesta debe de andar más cerca de lo que pensamos, seguramente, en el interior de algún museo olvidado de cualquier gran ciudad.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Tarantineando.

Supongo, pues es la primera vez que escribo en un blog, que cuando se introduce la primera entrada uno ha de redactar una bienvenida; sin embargo, no tengo intención de realizar tal hazaña. Será porque me considero un tipo anti-postmoderno y opino que los blogs son un absoluto despropósito. Lo que quiero decir con esto es que no sé exactamente cuánto beneficio se obtiene, beneficio global, al permitir tan democráticamente que cualquier persona se exprese en la red, a nivel mundial. Ninguno. No es nuevo, puede que exista mucha información; es cierto, pero los mecanismos de criba son absolutamente necios. Así es que lo que suponemos habría de ser un avance del conocimiento se torna retraso cuando la información nos sobrepasa. Antes existían modelos que uno tenía que seguir, ahora no existen, están muertos y todo vale; de ahí el feísmo de nuestro siglo.


No sé quién leerá estas líneas, ignoro si a alguien le interesan y no sé, en realidad, si para un misántropo como, que esto así sea, es motivo de dolor o placer. Sea como fuere, lo que escribiré en este huequito global, será básicamente lo que el cuerpo me pida. No soy experto en nada, por lo que las opiniones vertidas aquí justifican sobradamente el título del blog. Como nadie es perfecto, diré lo que me venga en gana y actuaré en consecuencia, llegada la ocasión. Poco más sobre mis intenciones. Avisar a los inexistentes futuros lectores, que soy un hombre poco constante, así pues, desconozco hasta qué punto puedo mantener el ritmo de estos, próximos e inexistentes también, escritos públicos. Divago en demasía y, ciertamente, puedo llegar a ser exasperante. Pero yo les quería hablar de Tarantino y sus bastardos.

Uno ve una película de Tarantino y se vuelve violento, es así. Sin embargo, quien piense que esa violencia es gratuita se equivoca completamente. Aquí veo yo la diferencia elemental entre una película de Tarantino y el resto de estupideces americanas de cartel, esto es, tiros, tiros, y más tiros. Tarantino para mi encarna la mitología americana. Ellos no tienen un Mio Cid al que alabar, carecen de Odisea, y nunca han conocido, ni por asomo, un himno como el Cantar de Roldán. Su mitología se nutre del rock and roll, de gángsters y de garitos de carretera donde puede pasar cualquier cosa, por ejemplo, que una pareja aparentemente tranquila atraque dicho establecimiento (recuérdese el inicio de la maravillosa Pulp Ficction). ¿Es eso América? Al menos, no en exclusiva. Del mismo modo que los españoles no somos la sombra de Rodrigo Díaz de Vivar, no todo yankie, guarda una escopeta en su armario, pero he de admitirlo, en la ficción, me encanta que se líen a tiros.

No voy a engañar a nadie, no he visto todas las películas de Tarantino, pero creo sí las suficientes para intuir que ésta es diferente. Y es distinta porque estamos hablando de la Segunda Guerra Mundial.

La película está construida a través de cinco capítulos, lo cual no es novedoso. Pero, claro, no me extrañó al leer la sinopsis que, en algún momento, estuviera concebida como una novela. Es una estructura novelesca, ya bastante arcaica, de hecho. ¿Se pueden innovar los mecanismos narrativos? Lo dudo mucho, ya innovó y mató Cervantes todo de un plumazo. Sin embargo, qué demonios importa eso. Nada. Pues hablamos de la Segunda Guerra Mundial vista por Tarantino, en donde Hitler es fusilado, y he aquí la magia.

Los judíos merecían un ajuste de cuentas de carácter violento y, de nuevo, la ficción y no la áspera realidad ha servido de soporte a la justicia. No puedo entrar ahora en el debate ético de la violencia, pero desde luego, todo lo que sucede en la película me parece plenamente justificado. Es más, creo que hay ciertas cuestiones que no pueden, ni podrán, ser solucionadas a través del diálogo y que han de ser solucionadas, ficcionalmente, de este modo. La historia es emocionante: un grupo de élite a las ordenes del genial Brad Pitt (Aldo Apache Raine), todos de origen judío, tienen una única misión: matar nazis. ¿Quién no quiere matar un a nazi? Tiren la primera piedra, serán juzgados por un tribunal. En un mundo donde todo está muerto la posición extrema es un modo de supervivencia y así lo demuestra Tarantino, dejando claro, como no podría ser de otro modo, de qué parte está. No voy a hablar del trabajo de los actores, pues no sé en qué se basan los críticos para dilucidar si un papel está bien representado o no. Sin embargo, me llamó mucho la atención un tipo, el cual era desconocido según El País, llamado Cristoph Waltz que interpreta al coronoel Hans Landa con mucho tino. Este señor es genial, versátil y, encima, habla cuatro idiomas durante la película de manera perfecta. Seguramente sea el personaje más tarantiniano de todo el metraje y es, francamente, brillante. Es un maniaco y nos encanta, me encanta.

Volviendo a la trama. Matar nazis sí, pero algo más. Una chica llamada Shosanna Dreyfus presencia el asesinato de su familia, asesinato que ordena el maniaco nazi anterior que les contaba. Después de algunos años, la chica regenta un cine. Un soldado alemán, interpretado por Daniel Brühl, héroe de guerra, es el protagonista de una película llamada El orgullo de la nación, la cual será proyectada en dicho cine. Naturalmente Shossana es prácticamente obligada a realizar tal cosa; sin embargo, sucede algo fantástico. En ese cine, humilde y desamparado, se proyectará una película nazi y además asistirán todos los altos cargos alemanes, incluido Hitler, claro. ¿Se muere de miedo Shosanna? No. Lo recuerdo perfectamente, dijo: voy a quemar el cine con todos los nazis dentro. Esto sólo puede hacerlo Tarantino. Y, efectivamente, así sucede y Hitler es fusilado, en el mismo cine. Todo muy explícito y sangriento, eso sí. No quiero seguir narrando lo que pasa en la película porque eso no es comentarla; pero sí me gustaría reflexionar sobre qué significa todo esto. Creo que es sencillo, es justicia. Se dice en la película "la venganza judía". Recuerdo que me impresionó escucharlo porque en ese mismo instante descubrí que era una clave fundamental. Que yo sepa, nadie en el cine lloró, nadie dijo: "pobres nazis", al contrario, las caras de satisfacción eran abundantes. La sensación es parecida a aquella de Dogville, de Lars Von Trier, cuando todo ese maldito pueblo es, literalmente, asesinado. El espectador no siente pena, otro tanto para Tarantino. Podríamos hablar de más: del cine dentro del cine, de la mezcla entre personajes reales y ficcionados, de los chistes perfectamente diseñados o de cómo la ficción es capaz de cambiar la Historia y matar Hitler (disculpen, pero el asesinato de Hitler me parece un triunfo exquisito). Sin embargo, no escribiré más sobre el tema. No soy crítico de cine y puede que esté diciendo una sarta de estupideces. Para mi, es una grandísima película, donde la ficción imparte justicia de manera políticamente incorrecta tal vez, pero Tarantineando