viernes, 16 de octubre de 2009

El PESO INEVITABLE: SABINA Y TIRAMISÚ DE LIMÓN.

Uno adora a Sabina desde siempre. Mi infancia no hubiera sido la misma sin sus canciones. Tal devoción queda atribuida a mi padre, que ponía en la radio de un ford orion en los 90, mientras viajábamos a Barcelona casi todos los veranos, cintas y más cintas del escritor: el viaje, largo, se hacía más ameno.

Sabina es un referente para todo aquél que quiera hacer música en este inhóspito valle llamado España. Ningún escritor de canciones que se precie puede, a mi entender, desconocer, la discrografía básica del contante. La prueba fundamental es la siguiente: cualquier autor o banda moderna del panorama musical de hoy día (panorama musical espantoso, por cierto) se arranca un brazo por alcanzar la posibilidad de grabar un tema con Joaquín. Él puso banda sonora a nuestra vida y, seguramente sólo él y nadie más, sigue siendo un creador en el sentido más amplio de la palabra, pues sus contemporáneos, esto es, Ana Belén, Victor Manuel e, incluso, me duele decirlo, Serrat, se quedaron en la cuneta, hace muchos años. La excepción, sin duda, queda marcada en Miguel Ríos, que a sus sesenta, sigue dando candela, apreciando la música: nos hemos cansado de Mediterráneo y La Puerta de Alcalá. Sabina sigue haciendo temas, y eso es lo único que cuenta.

Ahora bien, Sabina tocó techo con 19 días y 500 noches. Es su mejor disco, es insuperable. ¿Plantea esto un problema? Pienso que ninguno, y creo también, que él lo sabe. Cuando yo me compré este disco, creo recordar, estaba en Canarias y lo escuché fervientemente en el hotel. Me lo bebí de un trago, es absolutamente perfecto: letras, música y producción; punto para Alejo. Éste es un disco tan redondo, tan maravilloso, que su perfección nublará, por siempre jamás, a sus posteriores. Por esa época leí una entrevista de Joaquín, cito de memoria, pero dijo algo que resulta extremadamente revelador: "Ya no puedo escribir mejor, estás líneas son las mejores que he escrito", y es cierto.

En noviembre estrena disquito nuevo, se llamará Vinagre y rosas, y el primer sencillo en la palestra es Tiramisú de limón, compartida con los Pereza (banda estupenda, que servidor, al princio, detestaba). La canción está bien, en mi opinión la letra es bastante floja, como hecha de un tirón y secillota. Nada que ver con Una canción para Magdalena, Y sin embargo, o Nos sobran los motivos. Es un tema que comienza con una lentitud empalagosa y que Pereza termina de poner en su sitio, un intermedio que recuerda a Loquillo y un final, algo extraño. Eso sí, como en todas las canciones de Joaquín, podemos encontrar una frase deliciosa : "esta noche estrena libertad un preso", pues las metáforas tipo tiramisú de limón, helado de aguardiente, tanquita de serpiente, son lo mismo de siempre y, aunque son suyas, made in Sabina, a mí me cansan, decepcionan por un lado, y por otro, me fascinan, porque eso espero de Sabina y nada más: puritana de salón.

No he escuchado el disco, pero imagino que irá por la misma línea. Deseo que llegue el día en que podamos comprarlo y corregir este escrito, que es reproche y adulación al mismo tiempo. Sé que el disco gustará, venderá muchísimas copias y, con suerte, a los niñatos de flequillo y pantalón caído amantes de pereza (y sólo de pereza, nada de rock aparte, de clásicos) comenzará a gustarles Sabina.

Espero que sea un buen disco, espero que destruya el peso inevitable de 19 días y 500 noches.

Pero esto, nunca sucerá.

viernes, 2 de octubre de 2009

LA LOCURA TRANSITORIA Y MADELEINE



 Hace algunos días leí una noticia en el periódico que a mí se me antojó poética, pero que al diario en cuestión le pareció detestable. Se trata de Madeleine Martin, de 39 años, profesora de no sé qué en el Reino Unido. Esta señora ha sido condenada a prisión por mantener relaciones sexuales con un menor de 15 años, alumno suyo. Y yo no comprendo nada. Mi pregunta será ingenua: ¿por qué? Cuando revisaba la noticia, caña en mano y cigarrillo candente, me asaltaban varias cuestiones, las cuales ninguno de mis amigos ha sabido contestar con exactitud. Existen varias, aunque la fundamental es si a ese alumno quinceañero Madeleine le puso una pistola en la cabeza para acceder al acto, a los actos, pues parece ser, según cuentan los diarios sensacionalistas ingleses, que hubo varios. Yo supongo que no. Naturalmente, la justicia se amapara en lo legal y no en lo justo, lo que es crispante. Pero, tal vez, cabría pensar que aquel alumno, al que llamaremos Peter, lo hizo de motu proprio. Si esto así fuera, y seguro estoy de que así fue, no comprendo, pues, la condena de esta señora que ha tenido que alegar, recuerdo la noticia de memoria, locura transitoria. Analicemos a los niños y niñas de quice años de hoy día, ¿ya lo han pensado? Efectivamente, no hay delito ninguno. Yo recuerdo mis quince años: era imposible echar un polvo. Hoy las niñas de trece compran preservativos sin problema alguno y practican sexo, hacen botellón y fuman kanutos. Lo veo todo los días en mi barrio. No sé por qué sorprende (si es que alguien siente sorpresa por esto) una relación sexual entre alumno-profesor y, lo peor de todo, por qué esta señora tiene que ir a la cárcel. Tal vez sea, según leí, por manipular mediante su experiencia a un inocente crío que no sabe nada de la vida. Lo dudo. Quizá Peter es un maromo de dos metros con un pene desorbitado, juega en el equipo de baloncesto y se ha tirado a media plantilla de animadoras.No es justo. Quizá la profesora se había enamorado de su alumno, quizá el alumno se enamoró de su profesora, pero, claro, eso lo mismo da, pues no es lo legal. Eso sí, ahora, si el macarra del barrio, menor de edad, deja preñada a la Carol, no pasa absolutamente, alegaremos estupidez transitoria. Además, pueden, si tienen 16, comprar la pastilla del día después en la farmacia y fin del problema (lo cual, por otra parte, apoyo, pero demuestra la profunda incogruencia que representa la ley y el sistema de valores occidental). Madeleine sólo dio rienda suelta a sus bajas pasiones y se dejó llevar, por sexo, por amor o por literatura, vaya usted a saber. Peter algo tendrá que decir, digo yo. Aunque no le dejarán hablar, es un menor de edad y eso le exime de todo, parece ser. Es lo de siempre: no fumes, pero hay tabaco; no corra usted con el coche caballero; pero vendemos motores potentísimos; no a la guerra; sin embargo, sacaremos un buen pico si vendemos un puñadito de ametralladoras. Usa condón, pero eso sí, dentro de lo supuestamente legal, no sea que te enamores y termines en la trena. Es horrible y decadente, pero es lo legal. Por mi parte, Madeleine Martin, queda usted absuelta de todos sus pecados y, Peter, gracias por hacer realidad la fantasía erótica de los quinceañeros. Prometo escribiros, algún día, una canción. Buena suerte.