lunes, 28 de diciembre de 2009

HOSPITALET IS NOT BARCELONA



Mi amigo Berni, que se declara independentista catalán, es un tipo muy culto y agradable; con el que da gusto hablar y, desde luego, debatir. Es extremadamente leído y, además, creo (si el gin-tonic, que a menudo tomo cuando ando por Barna, no crea distorisión) inteligente. Desde el momento en que nos conocimos surgió química, y desde entonces siempre encontramos un rato para charlar, cuando cada cual pasa unos días en la ciudad contraria. Yo no soy indepentista; pero entiendo y comprendo a la perfección la postura de los que lo son, aunque, naturalmente, no la comparta. A pesar de todo, Berni y yo tenemos demasiados puntos de vista (políticos) comunes como para que el debate sea excesivamente intenso. Discutimos más sobre lenguaje que sobre política, además, ambos reconocemos la bandera republicana como nuestra y no otra, quizá Berni la catalana; porque él es muy catalán, aunque su madre sea cordobesa.

En realidad (y espero que Berni jamás lea esto), creo que a él la independencia le da un poco lo mismo. Opino que cuando habla de la independencia de cataluña (tema, por cierto, que se tendría que tener en cuenta y no tomarlo como una broma: estamos hablando de gente que siente legítima esa separación y que lleva luchando y relfexionando por y sobre ella desde hace muchos años, sin poner una bomba) de lo que realmente habla Berni es de una posición vital frente al mundo. Es un tipo listo, sabe que no van a conseguir la indepencia, que es prácticamente imposible; pero él habla de otra cosa. Esto lo descubrí en la víspera de San Esteban, antes de volver a mi querido Madrid. Tomábamos un wiski (por cierto, el catalán me invitó, que no se diga) y la conversación derivó hacia el pesimismo (punto común, de nuevo). Yo hablaba, como casi siempre, de la esencia malvada de los hombres y Berni dijo algo muy interesante: el problema es la comprensión. Tuve la sensación de que si a él lo comprendieran, si se hicera un esfuerzo por entender, por aprehender, Berni dejaría de ser independentista o, por lo menos, estaría satisfecho; porque ni es un idiota ni está loco ni debe ser tomado a menos por no sentir España como una realidad. Eso le duele.

Como Berni hay muchos y muchas en Cataluña. Por norma, son gente muy respetuosa y talentosa para la conversación y, por supuesto, nada aburridos. Por eso no comprendo por qué, cuando alguien va a Barcelona, en varias ocasiones, me comenta que ha tenido problemas en la ciudad: le han hablado en catalán o le han tirado mal una caña, lo mismo da. Siempre me sorprendo: lo normal es que se hable catalán en Cataluña, digo yo. La gente miente. Seguramente, pasó un día estupendo visitando la ciudad y, algún idiota y mal educado, no se dignó a hablar castellano, irritando al turista. Éste, que también es tonto, generaliza, y asume que todos los catalanes son así. Pues no. Y hablo por mí: nunca jamás he tenido problema con el idioma en Barcelona; siempre me han tratado con respeto y han cambiado al castellano cuando estoy sentado a la mesa (siete personas cambian por mí y sólo por mí). Claro, un servidor, sin ánimo de presumir, entiende bastante el idioma (tampoco hay que ser un genio; es romance) e invita a los comensales a hablar la lengua que gusten; si no entiendo algo, lo pregunto. Berni y yo tenemos una forma divertida de comunicarnos; él me habla en catalán y yo en castellano; no hay ,les aseguro, drama alguno.

Otro mito absurdo es pensar que los catalanes son genta aburrida. Hay catalanes aburridos, como hay madrileños coñazo e, incluso, aunque parezca increible, andaluces absurdos y tediosos. Los catalanes no son aburridos, lo que es aburrido (entre comillas) es Barcelona y ,en todo caso, deberíamos definir aburrimiento. No sé muy bien por qué, la ciudad es fantástica. Sin embargo, en mi opinión, Barna ha proyectado una imagen hacia el exterior de modernidad, coolismo, y modernez que, además de no ser correspondida ya con la realidad, es falsa. Parece que los catalanes no saben divertirse y yo, a más de uno, lo he visto bailar sevillanas y tocar las palmas mejor que un gaditano. En invierno, Barcelona cierra: no hay ni un sitio donde ir y si vas, claro, Barcelona es aburrida. Lo que pasa es que ningún turista tiene el despiste de pasarse por Hospitalet y alucinar en colores. Yo, de Madrid, me sentí en Vallecas. Tranquilo, cómodo y, oigan, ahí había juerga, mucha juerga. Esta gente es peculiar porque tienen una cierta esquizofrenia muy divertida. En Hospitalet, concocí a un independentista que era del Real Madrid: “Hala Madrid y visca Cataluña”, decía. También se se sentó a la mesa, un señor de unos 60 años, que estaba borracho. Lo primero que me llamó la antención es que llevaba un libro de Siruela, lo segundo es que: ¿no era demasiado mayor para ir tan borracho? Se levantó, porque se enteró que yo era de Madrid, y todo el tiempo restante que estuvimos en el bar, estuvo disculpándose por haber estado parlando catalán. Sí, es una locura, porque al tiempo decía que era un independentista medular. Más tarde Berta, filóloga catalana, me declaró, después de metenos caña (yo, filólogo hispánico, imagínense), que era una admiradora de Don Quijote. Eso sí, intentó colarme a Tirante el Blanco y hacerla pasar por semejante a la obra de Cervantes, pero terminó asumiendo el fracaso de su osadía. Es decir, que aquí, caballeros, nada sucede ni nada malvado se trama. La gente es gente, y si son medianamente inteligentes y respetuosos, incluso, con un poco de mala leche (para jugar un poco), todo se vuelve sencillo y enriquecedor.

Claro que las cosas no funcionan solas. Si un madrileño va a Barcelona insultando a los independentistas, lo acompaña con feos gestos y reacciones centristas, se lo comerán, del mismo modo, que si un catalán llega a Madrid y se cierra en banda con su independentismo a la espalda, lo mandarán a la mierda. Es un esfuerzo común y tomarse las cosas medio en broma, dialogar y comprender al otro, lo cual es bastante fácil, porque a todos nos priva el cocido y el pan con tomate. O como dice mi amigo Berni, sólo se trata de comprensión, tomar una cerveza y saber que (tal y como me dijo hace tres días) Hospitalet is not Barcelona.

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